martes, 30 de agosto de 2011

ORACION ANTE EL SAGRARIO

Durante la lectura de la palabra y de la oración compartida, en ésta noche de la Virgen de Lourdes, con todo el grupo de Consolación, he vivido una experiencia de AMOR, que quisiera recordar y poder transcribir.
Es muy difícil poder llegar a visualizar las sensaciones
de expansión espiritual, como penetrando todo mi Ser
en todos los demás, inundándome de AMOR e irradiando AMOR.
Quisiera poder recordar todas las palabras y las frases
que mi Ser le ofrecía al SEÑOR, y la dulzura que
experimentaba, como flotando en el ambiente
y que se iba depositando sobre todos nosotros, como micelas de polvo que se pueden ver, cuando un rayo de sol penetra en una habitación oscura.
Las palabras de agradecimiento brotaban,
desde el fondo de mi corazón y se agolpaban
en mi garganta, sin salir por mis labios, sin embargo, se expandían a través de mi cuerpo e iban hacia el Sagrario, visualizando que llegaban a CRISTO y al PADRE, mientras el ESPÍRITU lo inundaba todo, llenando el espacio vacío.
La habitación estaba plenificada por Él. Era como una
densa niebla de LUZ, una bruma que nos envolvía
a todos, dándonos paz, serenidad y equilibrio.
Todo estaba estático, como, si el tiempo se hubiera
detenido; pero en el fondo de cada uno, todo vibraba,
el corazón latía con fuerza; experimentando esa
sensación amorosa de ternura, esa mano suave
del paso del Espíritu, que penetra hasta el fondo,
unificando lo humano con lo divino.
Es entonces, cuando desde la fibra más sensible,
brotan los sentimientos de Amor, de agradecimiento,
de cariño hacia el PADRE, hacia CRISTO, la fuente
del AMOR, hacia el ESPÍRITU, que nos impulsa
y grita desde dentro de nosotros desaforadamente,
dando gracias por el AMOR.
Por ése AMOR que nos ama desde siempre, que no se cansa de amarme, a pesar de mis infidelidades, de mis miserias, de mis errores, de mis debilidades, de mis fallos, de todos mis incumplimientos en no darme totalmente a mis hermanos.
A todos los que el SEÑOR ha puesto en círculos
concéntricos a mi alrededor, y aún, día a día,
va colocando alguno más, esporádicamente, para
que le sirva incondicionalmente, en ése necesitado,
inválido, enfermo, moribundo: que es ÉL MISMO.
Ese CRISTO viviente en el lecho de dolor, que expira poco a poco, preguntándose en su interior, como criatura humana ¿Por qué SEÑOR? No llegando a entender muchas veces, que es el mismo CRISTO, el que muere cada vez en cada ser humano, repitiendo como en el GÓLGOTA.
¡PADRE, en tus manos encomiendo mi Espíritu!
Estoy llegando a sentir, en este instante, la llama de AMOR, que enviaba hacia mi SEÑOR y recibía desde su figura, aumentada y corregida, desde su CORAZON radiante de AMOR, entendiendo cómo su AMOR, era todo para mí, y era todo dulzura, ternura, suavidad y al mismo tiempo, le alababa por su Grandeza, y le decía:
¡QUE GRANDE ERES SEÑOR! porque yo recibo todo
Tu AMOR, sin que les falte, y sin robarles ni un gramo
de ese mismo AMOR, a todos mis hermanos.

¡QUE GRANDE ERES SEÑOR, PADRE MÍO DEL AMOR!
Haz que yo te quiera sobre todas las cosas, y que esté siempre dispuesto para servirte en los demás, como Tú deseas que lo haga.
¡GRACIAS PADRE! por tu misericordia, por todo lo que eres y por todo lo que no eres, y para que TU LUZ, nos haga descubrirte en nosotros y en todos los demás. No puedo más, SEÑOR, me duermo, los ojos
se me cierran, que descanse en paz y TU ESPÍRITU
me renueve ésta noche y me infunda TU PALABRA,
para hacer TU VOLUNTAD. AMÉN.





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